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El grito ahogado en el Monumental

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Fricción y coraje, la marca del clasico en el Monumental.

Fue una tarde nublada en Lima, de esas en que la neblina baja como un telón y envuelve todo en un gris espeso, pero que no impidió que la hinchada crema llegara al Monumental como si el corazón mismo del campeonato dependiera de ese partido. Madres con sus hijos pequeños, familias enteras vestidas de crema, barras que venían desde Chincha, Cañete o Trujillo, y un puñado de hinchas que, como cabras montesas, treparon los cerros aledaños para cantar desde lo alto el “eeeeeh, dale U, dale U…” que resonaba como eco de montaña.

Del otro lado, en  el campo de juego, los íntimos se agrupaban con arengas en voz alta, acalladas por las pifias que descendían desde las tribunas como lluvia fina. En norte, banderas crema y rojas flameaban con furia, silbando y gritando al compás de un estadio que parecía un solo monstruo de mil gargantas.

Antes de que la pelota rodara, los dos equipos se reunieron en círculos, como ejércitos a punto de entrar en combate, dándose palabras de aliento que nadie más escuchó. Afuera, en la cabina de prensa, los periodistas comentaban: Empate, decían, como si apostando a la neutralidad se libraran de responsabilidad. Los hinchas más viejos, en cambio, señalaban a Alianza Lima como favorito, por la seguidilla de sus victorias recientes y los buenos planteamientos de Néstor Gorosito.

El partido empezó con la U lanzada al frente, como si gritara “en mi casa no” y recordara la herida de Matute, cuando en la final del 2023 la luz se apagó justo en el instante de su gloria. Las tribunas, apretadas hasta las escaleras de salida, no dejaban espacio ni para un alfiler, y cualquier eventualidad habría sido un riesgo que nadie quería imaginar.

A los pocos minutos, tarjeta amarilla para Edison Flores, tarjeta amarilla para Gorosito, y el León Zambrano que se aventuraba en campo rival. A los 22 minutos, un gol anulado a Universitario por posición adelantada, encendió la protesta de la tribuna, pero de inmediato se transformó en un canto que retumbó en el cemento como diciendo, aquí no pasa nada, sigamos alentando.

Después, Zambrano y Jairo chocaron como dos trenes a toda máquina, cayeron al suelo con estrépito y, como impulsados por resortes invisibles, se levantaron para encararse. Apenas duró lo que el árbitro tardó en llegar, porque todo terminó en un apretón de manos y el regreso a sus posiciones, como si en ese roce se mostrara toda la tensión de un clásico y la tregua posterior de dos gladiadores.

La primera parte se fue sin goles, pero con historias al margen: En el entretiempo, varios hinchas de Alianza infiltrados fueron descubiertos en las tribunas y sacados entre pifias, empujones y golpes en la cabeza. Bajaron la mirada para salvar la integridad.

Velocidad y garra. No hubo espacio para la pausa, solo para la entrega

El segundo tiempo comenzó con el mismo aire espeso de la neblina: Jugadas de peligro que no terminaban en nada. A los 70, Quevedo arriesgó demasiado en el área crema y se ganó la roja directa. Salió entre insultos que llovían como piedras. Alianza se quedaba con diez.

El tiempo corría y a los 87 minutos un tiro libre de Cantero para los íntimos salió muy alto, como si la pelota hubiera querido escapar del partido. Universitario se salvaba. El árbitro añadió cuatro minutos y el estadio se levantó como un animal furioso. En los descuentos, Garcés fue expulsado por falta contra Flores. Alianza quedaba con nueve. El tiro libre de Jairo Vélez se estrelló en la barrera.

El silbato final sonó y el marcador quedó en cero. Fue un empate seco, áspero, de esos que parecen no decir nada pero que lo dicen todo: Que el clásico nunca es un partido más, que se juega con el corazón en la garganta y que, aunque no haya goles, siempre deja historias para contar.

Y en medio de esas historias, las palabras de Carlos Zambrano parecieron darle un cierre al encuentro:
“En el primer tiempo la U jugó bien, nos presionó, pero no tuvieron tantas claras. En el segundo intentamos jugar más y manejar la pelota, aunque la expulsión nos complicó. La U es un rival que se respeta, pero cuando no se puede ganar, lo importante es no perder. Fue un clásico muy trabado, muy peleado, y creo que la experiencia de este plantel nos permite manejar estos partidos de alguna manera.”

Así, el Monumental quedó envuelto otra vez en la neblina, como si se llevara consigo los goles que nunca llegaron y el grito que esta vez quedó ahogado en las gargantas.

De: Carlos Sevilla

 

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