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Todo bien, menos el país

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El cáncer de siempre. Municipalidades concentran el 37 % de casos de corrupción

Cada año, en el Perú, desaparecen más de 24 mil millones de soles. No por terremotos, no por guerras, no por pandemias. Se esfuman por algo mucho más cotidiano: la corrupción y la negligencia. Es un saqueo sistemático que no estalla, pero se filtra en silencio. Como una gotera constante que se impregna en los cimientos del Estado.

Con ese dinero podríamos tener hospitales funcionando a todo pulmón, escuelas que no se venzan con el tiempo, carreteras que conecten pueblos olvidados. Es como si otra vez estaríamos viviendo la invasión producida por extranjeros de la península ibérica solo que quinientos años después. Y lo más triste es que las riquezas están. Lo que falta es una pizca mínima de decencia y honor para servir y no ser servido.

Esta enfermedad, aquí, no necesita esconderse. Se ha vuelto parte del paisaje. Está en la licitación inflada, en el favor a cambio de silencio, en el proveedor sin experiencia que gana todas las obras. Está en la computadora nueva que no funciona, en el consultor que cobra sin trabajar, en el hospital con equipos empolvados porque nadie sabe usarlos.

Y mientras todo eso ocurre, en la ciudad que dicen que es potencia mundial se vociferan discursos oficiales celebrando que el país crece económicamente. Que exportamos más. Que la economía se reactiva. Y quizás sea cierto. Pero en los distritos alejados, en las laderas, en las comunidades con carencias aun no llega el aroma de bonanza y progreso.

Hay un precio que no se mide en soles ni en cifras. Es el precio de la desesperanza. Ese que paga la madre que camina dos horas por una pastilla. El agricultor que no puede sacar su producto porque la carretera prometida jamás se construyó. El joven que no encuentra trabajo porque su escuela no lo preparó para nada.

La corrupción no solo roba. Distrae. Desorganiza. Desmoraliza. Hace que el ciudadano mire con desconfianza incluso al que quiere hacer las cosas bien. Y eso es lo más peligroso: cuando ya no queda fe en que las reglas sirvan de algo. Cuando el ejemplo más claro de éxito es el que sabe cómo burlar el sistema.

A veces, todo lo que se necesita para entender la magnitud del problema es salir a la calle y mirar. La basura sin recoger. El colegio abandonado. El centro de salud desbordado. Son señales de que el país se pierde poco a poco. Gota a gota. Firma tras firma. En La Otra Cara, no miramos para otro lado. Investigamos, denunciamos y contamos lo que otros callan. Es momento de despertar.

Por Jhordy Soto

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