
“Carlitos, tenemos un gran partido hoy”, me dice Oscar Castro, reportero de unos 35 años, acucioso, ratón de biblioteca, de esos que todavía subrayan los periódicos con lapicero rojo. Nos aproximamos a la puerta 21 del Polideportivo de Villa El Salvador, mientras una hilera de autos se abre paso entre bocinazos y ansiedad. Es domingo 25 de mayo de 2025 y aquí se jugará la final del campeonato nacional de vóley femenino.
A la izquierda del complejo, las torres que acogieron a los atletas durante los Panamericanos del 2019, y luego a enfermos de COVID-19 ahora son sombras de su esplendor, con el pasto seco y los árboles polvorientos como testigos mudos de tiempos mejores. La pequeña plazuela, donde alguna vez ondearon banderas internacionales, yacía abandonada, como si el viento hubiera olvidado su ruta.
Dejamos atrás las torres y llegamos al amplio estacionamiento, bajamos de la camioneta, y al mismo tiempo, grandes y lujosas camionetas se estacionan. De ellas descienden familias con camisetas celestes del Club Regatas Lima. Oscar, me miró con una sonrisa cómplice. —Cinco sets asegurados —le dije.
—Tal vez Regatas lo liquida en tres —respondió sin titubear—. Ellas tienen jerarquía.
—¿Cómo que jerarquía?
—Tradición, Carlitos. Regatas en vóley es más grande que Alianza. Más historia, más títulos. Natalia Málaga jugó ahí. Y otras más que llevaron a Perú al podio en Seúl 88.
—Mmm… esa no me la sabía —respondí, mientras el sol empezaba a meterse detrás del polideportivo como si quisiera espiar el partido.
Las colas se amontonaban en la entrada del coliseo. Niños, padres, abuelitos con bastones. El ambiente era festivo, pero tenso. Todos querían ver una final de verdad.
Raúl Hernando, jefe de prensa de la Federación de Vóley, nos interceptó: “Apúrense, muchachos, esto empieza ya. Fotochecks a la vista. Seguridad tiene órdenes: jugadores, técnicos y prensa en la zona baja. Nadie más”.
Me acordé de lo que me dijo José Hernández, jefe de seguridad de TAS, el día anterior:
—Papi, mañana no entra nadie sin identificación. Los hinchas blanquitos de Regatas creen que pueden entrar y salir como si esto fuera su casa. Pero mañana, en la final, “Nada de engreimientos”
Entramos por el túnel. Un seguridad de dos metros, mirada de piedra, nos detiene.
—Identifíquense, señores.
Pienso en mi cámara gigante. ¿Acaso no basta como pase? Pero las reglas son las reglas. Sin ellas seríamos animales.
Finalmente entramos. Y lo que vimos fue pura electricidad: gritos, pancartas, banderas, maracas, corazones latiendo como bombos. Esto era una final. Una de esas que se escriben con sudor y se recuerdan con lágrimas.
El juego
Primer set. Primer punto para Regatas. Luego Alianza tomó el control. La capitana de Regatas Kiara Montes falló, la líbero Rachell Hidalgo estaba desconectada. 7-3, ganó Alianza. La líbero de Regatas no estaba en su día. 13-9. El primer set se lo llevó Alianza con autoridad: 25-13.
Segundo set. Regatas despertó. Ganó 11-8. Pero Alianza no cedió. Maeva Orlé se convirtió en un torbellino. Mates como misiles, inatajables. Empate a 15. Camila Monge sacó para Regatas. La hinchada rival la desconcentra. El saque se fue afuera. Punto para Alianza. Maeva siguió encendida. 25-21, otro set para Alianza.
Tercer set. El más cerrado. Por momentos parecía que Regatas lo remontaba. Pero Alianza apretó los dientes y no soltó. La jugadora, Fabiana Tavara, selló el set con un remate seco. 25-21. Y con eso, campeonas.

El duelo invisible
La líbero de Regatas se llama Rachell Hidalgo. No fue ella misma en la cancha. El público notó su lentitud, su desconexión, sus errores. Pero nadie sabía que una semana antes, su hermano había muerto de cáncer.
“Él siempre me animaba a seguir en este deporte. Me corregía con ternura cuando fallaba. Hubiera querido estar aquí, alentándome”, dijo entre lágrimas al final del partido. “Yo prefería estar en casa, pero vine por él, por su memoria”.
Hoy jugó con el corazón hecho trizas. En condiciones normales vuela por la cancha, parece un felino, saltando y atajando, es la jugadora clave del equipo que nunca deja caer el balón en su cancha Hoy no pudo. Y no se le puede reprochar nada.

La otra cara de la gloria
Maeva Orle, la francesa de Alianza Lima, fue imparable. Cada mate suyo parecía un rugido. Clarivett Illescas, firme en defensa, clave en las transiciones. Y la gemela brasileña Marina Scherer, con ese estilo frío pero letal, se echó el equipo al hombro en los momentos claves.
Final del partido. Respeto total entre jugadoras, fiel a la tradición, el saludo al final del partido refleja el respeto mutuo entre deportistas, el equipo ganador saluda al oponente para felicitarles por su desempeño y, a la vez, reconocer su esfuerzo. Abrazos sinceros. Las barras, lejos de la violencia del futbol, aquí en el vóley se dedicaron a alentar hasta el último punto. Un partido duro, limpio y emocionante. Como deberían ser todos.
En Villa El Salvador quedó algo más que un título. Quedó el recuerdo de un duelo vibrante. De una jugadora rota por dentro que igual decidió pelear. De un equipo que venció con corazón. Y de un domingo cualquiera en el que, aunque nadie lo sepa, también se jugó la vida.