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Los que pararon el miedo

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“Se lucha por necesidad, no por capricho” Foto del transporte publico Autor: Nicolle Luna

Afuera, el ruido seguía igual. Los claxons peleaban por el semáforo como si no supieran que ese miércoles se estaba marchando el silencio. Porque no era solo un paro de transportistas. Era un reclamo disfrazado de bocinazos. Era una súplica sobre ruedas.

Lo que, para muchos, incluida yo inicialmente, era un solo un mal día, pues menos transporte significaba más tiempo de viaje y más pasaje, para los verdaderos afectados simbolizaba un grito de guerra. A medida que caminaba hasta plena panamericana con intención de poder llegar a mi destino, más vociferaciones desgarradoras venían a mis oídos, y el tumulto no dejaba que caminara tranquila por miedo a un robo, la contaminación visual y auditiva era tanta que apenas podía mantenerme en pie, pero toda mi molesta junta y multiplicada no le llegaba a los talones a la causa real. 

Cuando por fin logré subir al transporte público quise dormir y mermar de mi mente el incómodo viaje, pero al segundo de cerrar mis ojos un incesante golpeteo en las ventanas hizo que perdiera todo rastro de somnolencia. Los minutos fueron pasando y como arte de magia estaba casi en Cercado de Lima, así que solo me dispuse a caminar, volteando cada 6 segundos a mis espaldas por miedo a las represalias que podrían ocasionarme los rezagos de gente enojada y la lucha de la ley combatiendo esta noble causa.  Mientras tanto, en la Plaza San Martín, los tambores no eran tambores. Eran cascos golpeando el suelo. El sonido seco contra el piso de los cascos caídos daba una impresión marcial. Allí estaban los transportistas formales, los informales, los mototaxistas, y hasta algún universitario que marchaba como si fuera la primera vez que la calle no era un tránsito sino una conversación, pude notar también personas que parecían ajenas al evento, pero que por casualidades de la vida terminaron dentro de. 

Al seguir mi paso no pude evitar notarlo, el cartel más grande no decía “Fuera Dina” ni “Congreso corrupto”. Decía: “Queremos llegar vivos a casa”. Cuando por fin pude distinguir una voz familiar, algo con un toque andino, pero sin duda inconfundible, el presidente del gremio soltó su voz por un parlante que parecía más roto que su paciencia. No gritaba, pero cada palabra era una piedra lanzada con guantes: “No queremos más leyes para morirse, queremos leyes para volver”. Instintivamente mi estómago dio un retortijón como si se tratase de un pequeño niño brincando en un trampolín, esas palabras tan manchadas de verdad como de sangre lograron desequilibrarme y por un momento, llevarme a un estado de trance, casi sin notarlo volví en sí y continué mi camino ya que el tiempo era corto y el regaño que me esperaba infinito.

No hubo parálisis total. Los trenes corrieron. El Metropolitano se demoró apenas dos minutos más de lo habitual. Algunos canales hablaron de “paro tibio”. Pero lo que no dijeron es que no todos pueden parar de verdad: muchos conductores manejaron con miedo, porque en su economía un día sin trabajar no es protesta, es hambre. Ya sea por falta de compromiso o por necesidad si bien es cierto no todos fueron participes de este reclamo, la lucha continuó y la fuerza de los demandantes muy contrario a lo que los demás piensa, aumentó, y sigue constante ante su reclamo mezclado de súplica.

Ese 18 de junio fue el día en que los que están acostumbrados a moverse por la ciudad decidieron detenerse para pedir, con el cuerpo, que los dejen existir sin ser exterminados. No se paralizó Lima, se paralizó una paciencia larga.

Por: Nicolle Luna

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