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El viaje de los que buscan mañana

Cada año, miles de jóvenes de las regiones del Perú dejan atrás sus casas, sus padres y sus costumbres para viajar a Lima en busca de estudios, trabajo y oportunidades que su tierra no siempre les puede ofrecer. La migración interna, silenciosa y persistente, vuelve a encender una vieja pregunta: ¿por qué un país tan diverso obliga a tantos de sus hijos a alejarse de su origen para encontrar futuro?

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Donde empiezan los viajes que cambian vidas. Los terminales interprovinciales de Lima movilizan más de 40 mil pasajeros diarios rumbo a regiones como Junín, Huancavelica y Ayacucho, especialmente jóvenes que viajan por estudios o trabajo, según cifras de transporte terrestre. Fuente: Comercio

Moisés Huamán tiene 19 años y partió de Huanta con una mochila llena de ropa, dos panes con queso y una bendición apurada de su madre. “Vas a volver, hijito”, le dijo ella, aunque ambos sabían que no sería pronto. A las cinco de la tarde abordó un bus que olía a gasolina vieja y manzanilla, y mientras el motor arrancaba, sintió que la sierra se le alejaba como si alguien le estuviera cerrando la puerta del pueblo.

El camino era una serpiente de curvas que parecían interminables. Por la ventana, las montañas parecían gigantes adormecidos vigilando su partida. Moisés pensó en su abuela, que siempre decía que “la ciudad te estira, pero también te rompe”. A esa hora no sabía si lo rompería, pero sí sabía que lo estaba estirando lejos de lo que amaba.

Cuando llegó a Lima, de madrugada, el aire tenía olor a humo, humedad y sueño ajeno. El terminal terrestre parecía un hormiguero con luces frías. “Sentí que todos caminaban más rápido que yo”, recuerda. La ciudad lo recibió sin ceremonias: Tomó una combi que avanzaba como si huyera y llegó a un cuarto alquilado en San Juan de Lurigancho, donde las paredes parecían escuchar cada ruido de la calle.

Él venía a estudiar administración en una universidad privada con los ahorros de la vida de sus padres  y trabajar de lo que fuera. Terminó cargando sacos en un mercado mayorista de madrugada y yendo a clases somnoliento en la tarde. Aprendió a estirarse como la agenda: dormir tres horas, trabajar ocho, estudiar cuatro, comer cuando alcance.

“En la región uno sueña, pero en Lima uno corre”, dice. Y su frase es una metáfora viva de todos los jóvenes que como él organizan su vida alrededor de buses, horarios, sueldos mínimos y llamadas breves a casa.

La historia de Moisés no es extraordinaria. Es común. Tan común que se repite en Ayacucho, Cajamarca, Piura, Huancavelica, Junín, Apurímac. Jóvenes que viajan entre 10 y 20 horas para llegar a Lima, cargando la esperanza como si fuera equipaje de mano.

La migración interna juvenil ha crecido en la última década:

  • Por educación superior.
  • Por empleo.
  • Por servicios que no llegan a muchas provincias.

Las universidades tecnológicas, los institutos y los trabajos formales siguen concentrados en la capital como si el país fuera una mesa coja que apoya todo su peso en un solo punto.

Desde Cajamarca, Danitza Rodríguez, de 21 años, llegó hace dos años para estudiar enfermería. “Aquí extraño incluso el silencio —dice—. En mi casa, el viento era lo más fuerte que sonaba. En Lima, siento que hasta los carros gritan.” Vive en un cuarto compartido y trabaja como mesera los fines de semana. A veces llora en silencio, pero siempre vuelve a repetir que será la primera profesional de su familia.

El país habla de “descentralización” desde hace décadas, pero en la realidad, Lima sigue siendo un imán que atrae a quienes no encuentran oportunidades en sus regiones. Las ciudades de origen sienten la ausencia: Padres que envejecen solos, pueblos donde la juventud se vuelve un recuerdo, aulas que se quedan sin estudiantes.

El mapa vivo de un país fragmentado.Las distintas regiones del Perú, retratadas en un solo mosaico, simbolizan las brechas que el Estado intenta cerrar mediante políticas de ordenamiento territorial y desarrollo regional. Fuente: Congreso de la república.

La migración juvenil no es un acto de abandono. Es un síntoma. Una consecuencia. Una ruta obligada. Es el precio que pagan miles de peruanos por nacer lejos de las capitales.
Es como si cada carretera fuera una vena por donde el país pierde, lentamente, a sus hijos más jóvenes.

Cada noche, antes de dormir, Moisés mira por la ventana las luces de la ciudad. A veces piensa en regresar. A veces piensa en quedarse. “Quisiera que mi región me diera lo mismo que busco aquí”, dice. Y uno entiende, al escucharlo, que su viaje no es solo geográfico: Es un viaje emocional, una despedida permanente, un puente entre dos mundos que nunca terminan de encontrarse.

Porque para muchos jóvenes del Perú, el futuro empieza cuando el bus arranca, y cuando el corazón aprende a vivir dividido entre donde nacieron y donde esperan convertirse en quienes sueñan ser.

Por:Nikolai Menacho

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