
—¿Hoy quién gana, Alfredo?
—¡Alianza, pues, papi! —responde sin dudar Alfredo Casas, reportero veterano en estas lides del periodismo deportivo, mientras sube el volumen de la radio de su Toyota Hilux 4×4. Retumba a dos metros a la redonda el trombón sabroso de El Gran Combo con su clásico “El Menú”. La salsa dura sirve de telón musical a lo que promete ser una noche de alto voltaje.
Cada jugadora del equipo femenino de vóley de Alianza Lima carga sobre sus hombros la camiseta que para ellas no solo representa a un club, sino toda una hinchada, una historia, un sentir popular. Hoy se juegan el título contra Regatas Lima, equipo curtido, de esos que saben lo que es jugar finales y no se dejan arrollar fácilmente.
Aunque en el partido de ida Alianza se impuso con autoridad por tres sets a cero, esto aún no está definido. Todo puede pasar en el vóley, y más en una final.
La salsa sigue sonando. Salimos de la Javier Prado y nos sumergimos en el caos predecible de la Panamericana Sur. El tráfico es denso; tráileres y buses maniobran como si fueran Ticos —aquellos autitos que en los noventa se ganaron las pistas como taxis veloces y rendidores—. Vamos rumbo a Villa El Salvador, al moderno Polideportivo que fue herencia de los Juegos Panamericanos Lima 2019.

A la derecha se asoma el Parque Huayna Cápac, con su gran rueda de la fortuna, mientras más adelante un cartel azul anuncia el ingreso al Parque Industrial de Villa El Salvador. Ya en las inmediaciones del coliseo, el ambiente es otro: huele a emoción, a fiesta. Los ambulantes se han adueñado de la vereda: venden yuquitas fritas a sol, camisetas —la mayoría blanquiazules—, vinchas, peluches, y todo tipo de recuerdos del partido. Lo más llamativo: un camión entero vendiendo sandía a sol el kilo.
La cola para ingresar rodea el coliseo. Hay revendedores por todos lados ofreciendo entradas para oriente, occidente, norte y sur. Las voces se cruzan, la expectativa crece.
El pueblo aliancista quiere cerrar la serie y gritar campeón. Regatas quiere forzar un tercer partido. Mientras tanto, el cielo limeño se llena de cánticos, colores y sueños. Esta noche, en Villa El Salvador, no se juega solo un título. Se juega también el corazón.
La Noche en que el Frío Venció al Pueblo
La noche enfrió al pueblo blanquiazul. Un frío seco, punzante, de esos que se cuelan por el cuello de la chompa y se meten en los huesos. Pero más frío, más helado aún, fue el score final que quedó grabado en las pantallas del polideportivo: Regatas Lima 3 – Alianza Lima 1.
Con la garganta apretada y el alma estrujada, la multitud vestida de camisetas azules y blancas lloró en silencio.
El partido arrancó con todo. Las tribunas hervían. Los cánticos blanquiazules retumbaban con fuerza. «¡Vamos, Alianza, esta noche hay que ganar!», gritaban desde norte. El primer set fue una batalla de nervios. Punto a punto. Defensa y ataque. Regatas se lo llevó 25 a 19, pero aún quedaba mucha noche.
En el segundo, las íntimas reaccionaron. Bloqueo firme, remates cruzados, el pase milimétrico de la armadora. 16 a 25 para Alianza. El coliseo se vino abajo. Alfredo Casas me mira y me dice:
—Esto está para nosotros, compadre. Es ahora o nunca.
Desafortunadamente para él, este deporte, así como la vida, no siempre obedece al corazón. El tercer set se tornó extraño. Nervios, errores no forzados, un par de decisiones arbitrales que levantaron murmullo. Regatas lo ganó 25 a 15, y el ánimo se quebró como un vidrio fino.
En el cuarto set, las chicas de Regatas salieron como una máquina bien calibrada. Con potencia y precisión. Mientras que en la banca de Alianza se notaba el silencio tenso, los ojos vidriosos, las manos temblando. El marcador final fue 25 a 22. El pueblo miró incrédulo. Algunos no aguantaron las lágrimas.
Terminó el partido. Regatas celebró como se celebran las gestas grandes: con respeto, garra y sudor. Las de Alianza, en cambio, se abrazaron cuales hermanas dándose consuelo.
Afuera, el viento corría entre los puestos vacíos de yuquitas y panes a la leña. Ya no quedaban ambulantes, solo algunos hinchas que no querían irse. “Esto también es Alianza”, decía un señor mayor, con la camiseta del 2001 puesta y la mirada perdida. “A veces se gana, a veces se aprende”.
En zona mixta, habló Clarivett Yllescas, capitana de Alianza:
—Nos duele, claro que sí. Pero esto no se termina aquí. Vamos a volver. Somos un equipo que lucha, que representa al pueblo, y eso no se pierde con una derrota.
Desde Regatas, la figura del partido, Coraima Gómez, dijo con serenidad:
—Sabíamos que teníamos que jugar el partido perfecto. Y lo hicimos. Alianza es un gran rival, pero hoy nos tocó a nosotras.
En las graderías de prensa, Alfredo baja la cabeza y me lanza un suspiro largo:
—Así es el deporte, hermano. A veces la salsa suena, y otras… se apaga la radio.
Subimos a la Hilux en silencio. En la radio ya no suena El Gran Combo. Solo noticias, tráfico y el anuncio de una madrugada aún más fría. Pero, aunque el resultado no favoreció al equipo victoriano, la hinchada blanquiazul mantuvo firme su aliento. Por algo el pueblo íntimo no deja de pronunciar el viejo adagio de: «Alianza no se explica, se siente». Esa pasión –según juran– no entiende de derrotas.