
El sábado 27 de septiembre a las dos de la tarde, los últimos brochazos de pintura aún estaban frescos cuando el alcalde Ulises Villegas inauguró la remodelación del parque El Triángulo, frente al Colegio Peruano Alemán de Comas. No era una ceremonia cualquiera: la escena combinaba música de banda, globos multicolores y un césped teñido de azul y rojo, una decisión estética que no pasó desapercibida entre los asistentes.
Ese día el ambiente no era el habitual: a diferencia de cualquier otra jornada en el barrio, decenas de serenos custodiaban las esquinas con chalecos fosforescentes. La inauguración se vivía como si se esperara a un jefe de Estado.
El verde clásico del grass fue desterrado. En su lugar, dos franjas gigantes —azules y rojas— cubrían la loza deportiva como una bandera sin mástil. Para algunos vecinos, el color representaba “alegría y renovación”; para otros, evocaba los tonos del partido político del alcalde.
Como ocurrió en Miraflores con el puente que parecía publicidad de una marca de pollos, aquí el color también hablaba. No de deporte, sino de partido. Y como si no bastara, el mismo alcalde llegaría vestido con camisa roja y jean azul, completando la paleta cromática de su propia escenografía.
Mientras unos obreros daban los últimos retoques a las veredas, una dirigente del barrio ajustaba a los niños en fila. incluso había sacado a su escolta, que esperaba con cartel en mano para recibir al alcalde.

Los vecinos mostraron pancartas improvisadas con mensajes de gratitud y apoyo, reforzando la atmósfera festiva del evento. “Gracias Ulises”, “Comas contigo avanza”, se leía en algunos carteles, parte del ritual habitual en las inauguraciones municipales.

La expectativa creció cuando Villegas llegó. Bajó del vehículo entre aplausos y celulares levantados como antorchas. Saludó a todos, sin excepción: abrazó a ancianos, firmó cuadernos escolares como si fueran autógrafos de rockstar, y no solo eso: rubricó pelotas y hasta la ropa de los niños, que lo mostraban como si llevaran estampada la marca de un ídolo deportivo, la escena combinaba la cercanía del político local con la emoción de quienes lo veían como una figura cercana.

La banda municipal sonaba como en fiesta patronal. Trompetas algo desafinadas, bombos que retumbaban en el pecho. Villegas rompió la botella de champán y cortó no una, sino muchas cintas: en los juegos infantiles, en la loza, en la cancha bicolor. A cada corte, los niños corrían con entusiasmo a estrenar los juegos, como si cada cinta liberara un nuevo territorio para la alegría. Cada ritual repetido parecía decir que la abundancia de cintas equivalía a la abundancia de obras. Diamond y Bates lo llamarían un “acto feel good”: una liturgia de confianza y optimismo justo antes de que el alcalde hablara.

Cuando por fin tomó el micrófono, Ulises Villegas habló con la misma intensidad con la que había saludado a los vecinos. Con voz ronca pero firme, comenzó agradeciendo a quienes pagan sus impuestos: “Acá en el distrito de Comas se paga puntual… y la forma de agradecerles es seguir chambeando, chambeando y haciendo más obras”. El público lo escuchaba entre aplausos y gritos de “¡sí se puede!”. Luego, cambió el tono para solidarizarse con las trabajadoras municipales, a quienes —dijo— “hoy en día se les afecta psicológicamente y son acosadas por terceros”. El gesto fue teatral: levantó la mano, señaló a los regidores y pidió un aplauso para ellos. Acto seguido, enumeró agradecimientos como si repasara la lista de un equipo de fútbol: áreas verdes, ornato, limpieza pública, obreros. “La unión, la fuerza y trabajar con un solo corazón es que hoy se ha visto el cambio”, remató, antes de declarar inaugurado el parque.
Entonces empezó la segunda parte del espectáculo: el baile. La banda municipal cambió de ritmo y tocó “Cariñito” como si fuera la canción oficial de la gestión. Villegas invitó a bailar a una vecina, luego a otra, y a otra más, siempre acompañado de huaynos y cumbias que convertían la loza en pista de fiesta. Mujeres, ancianos y hasta algunos niños se turnaban para bailar con él, mientras los celulares lo registraban todo. El alcalde, con su camisa roja y jeans azules, parecía seguir jugando con los mismos colores que pintaban el césped.

Al retirarse, Villegas atendió brevemente a los periodistas: enumeró obras futuras, insistió en que trabaja, y partió como quien deja una estela de simpatía. En paralelo, en TikTok ya circulaba el mismo evento, editado con música juvenil, transiciones rápidas y un protagonista indiscutible. Si en la plaza hubo interacción, en la pantalla había propaganda: solo él, su obra, su gestión.
“Está trabajando, y eso es lo que importa”, nos dijo un vecino agradecido, con la gorra en la mano como si se confesara. Otros repetían que “nadie había hecho tanto en tan poco tiempo”. Sus voces sellaban la narrativa oficial: la gestión que se mide en canchas, cintas y selfies.
En el césped azul y rojo quedó la marca de una gestión, o tal vez la muestra de una nueva forma de comunicación política: aquella en la que las obras se celebran tanto como se muestran, y donde el límite entre servicio y espectáculo se vuelve cada vez más difuso. Entre la fiesta de la inauguración y la edición de TikTok, la cancha no solo se juega: se vota.
Por:Nikolai Menacho