
“Lo que vivimos es consecuencia de malas decisiones”, sentencia sin rodeos, y de inmediato evoca la figura de Juan Reynoso, que llegó como un arquitecto obstinado a derribar lo que Gareca había construido. Reynoso, con el derecho de un técnico y la terquedad de un inventor, quiso cambiar la forma de jugar, el aire de los entrenamientos, la geometría de la cancha. Pero la selección no lo siguió. Tras él llegaron Fossati y, casi por inercia, Ibañez: nombres distintos para un mismo destino.
El diagnóstico que hace Vílchez es lapidario: “Es un fracaso total, tanto en lo colectivo como en lo individual. Todo lo avanzado en la burbuja de Gareca, todo lo que se aprendió, se fue al abismo. Y ahora estamos de nuevo en cero”. Su voz, aunque serena, deja escapar un eco de desconsuelo, como si hablara no solo del fútbol, sino también de ese país que parece siempre a punto de despegar, pero que se queda en la pista.
No se trata de partidos, insiste, sino de decisiones. Los goles ausentes y los puntos perdidos son apenas la superficie de un mal más profundo: La elección de técnicos que no supieron comprender la fragilidad de este equipo. “Perú estaba acostumbrado al 4-2-3-1, a veces al 4-3-3. Con Gareca se supo trabajar con lo poco que había. Los demás, en cambio, se perdieron en dogmas y terminaron muriendo en el paredón”.
Habla con nostalgia de la generación dorada de los setenta, de Cubillas, Sotil, Uribe, como si fueran personajes de un mito contado al calor de una sobremesa. “Eran otros tiempos, otros jugadores, otro amor a la camiseta. Había más talento natural y menos estadísticas. Ahora todo son métricas y gráficos, pero se pierde la sensibilidad con la pelota, la concha del chiquillo que sabe jugar”. Su comparación resuena como una metáfora de la vida moderna: números que intentan capturar lo que solo se siente con los sentidos.

Sobre el futuro, Vílchez no duda: “El secreto no está en multiplicar promesas ni en descubrir talentos ocultos, sino en elegir bien al próximo conductor. El nuevo técnico tiene que ser pragmático, realista, alguien que sepa trabajar con lo poco que tenemos. La diferencia está ahí, en la lucidez de quien conduce el barco”.
Cuando se le menciona a Jean Ferrari, actual director general de fútbol de la federación, su respuesta es un retrato justo: “Sabe de fútbol, lo ha vivido en carne propia. Está capacitado, pero debe ser imparcial, no dejarse arrastrar por colores ni pasiones. Su única bandera debe ser la selección”.
Antes de despedirse, como quien deja una advertencia escrita en la arena, Vílchez pronuncia una frase que suena tanto a lamento como a esperanza: “El futuro del fútbol peruano depende de quienes hoy toman las decisiones. Si se vuelve a elegir mal, seguiremos estancados. Pero si se acierta, al menos podremos volver a soñar”.
De: Carlos Sevilla