
Eran horas tardías en Lima, pero las luces del Congreso seguían encendidas, proyectando sombras largas en la capital. No era una sesión cualquiera, no. En la Comisión de Energía y Minas se cocinaba algo que hacía temblar los cimientos de la justicia ambiental y social: una ley que, decían las voces de alerta, las de los expertos y la prensa, podría abrirle la puerta grande a la minería ilegal, dándole un disfraz de legalidad. Y uno sentía, casi palpaba, la prisa casi desesperada de algunos congresistas, especialmente de la bancada de izquierda, por sacar esta propuesta adelante a toda costa, sin importar el qué dirán o las consecuencias.
Los días se transformaron en noches, y esas noches en madrugadas interminables dentro de esa comisión. Las reuniones se extendían sin descanso, ignorando los horarios y el agotamiento, como si el tiempo se les escapara de las manos y tuvieran que cerrar el trato antes del amanecer. Y entre los pasillos, el rumor no era solo un murmullo; se hablaba de una «amenaza velada», una especie de advertencia silenciosa pero firme, un mensaje oculto pero claro, dirigido a aquellos que osaran oponerse a sus planes. La tal «nueva Ley MAPE» parecía tener padrinos muy poderosos, y la sensación era que no se detendrían ante nada para verla aprobada.
Los que saben de esto, los especialistas con años de experiencia en minería y medio ambiente, se llevaban las manos a la cabeza. Miraban con asombro y frustración cómo se intentaba, con esta ley, ponerle un traje de legalidad a lo que es informal, destructivo y, en muchos casos, delictivo. Era como querer tapar un incendio con una manta fina, sabiendo que detrás vendrían más daños irreparables al medio ambiente y a las comunidades afectadas. La preocupación era palpable: esta ley podría legitimar prácticas que ya han causado estragos en la Amazonía y otras regiones.
Hubo un momento clave, tenso, que quedó grabado en la memoria de quienes lo presenciaron. El presidente de la Comisión, de forma autoritaria y descarada, hizo caso omiso de una votación que pedía detener el debate. Fue un gesto que pareció decir: «Aquí se hace lo que yo digo, y punto». La prisa por aprobar la ley era tan evidente que ya ni siquiera se molestaban en disimularla. Y para rematar, Alex Paredes, con palabras cargadas de significado lanzó una advertencia directa a quienes estaban en contra, como si les recordara las posibles consecuencias de su oposición. El aire en la sala se cortaba con un cuchillo, mostrando lo profundamente divididas que estaban las fuerzas y lo alto que era el riesgo.
Mientras todo esto sucedía bajo los techos del Congreso, el destino de un registro importante para la formalización minera, el Reinfo, ese mecanismo crucial para regular a los pequeños mineros, quedó en un limbo. Y en medio de esta tensión, se supo que la Comisión de Energía y Minas ya había convocado a una nueva sesión para el jueves a las 10 de la mañana. Esto significa que la discusión, el tira y afloja, y la presión por aprobar esta ley controversial seguirán su curso sin tregua.
Por: Belén Arce