Residuos florales son transformados en abono orgánico
Muerte que da vida. El calor del verano acelera el deterioro de las flores, aumentando significativamente los residuos florales.

Mientras toneladas de residuos florales terminan en los basurales de la ciudad, algunos mercados han comenzado a cambiar esa historia. Entre colores que se apagan y aromas que se desvanecen, cientos de flores son desechadas en los pasillos del mercado de flores de Acho. Pero no todas terminan en el tacho. Algunas, gracias a la acción conjunta de floristas, recicladores y proyectos de compostaje, inician el nuevo ciclo de alimentar la tierra.

Flores que se marchitan, pero no se pierden

Sayuri Barrientos, florista con varios años en el mercado de Acho, cuenta que el destino de las flores marchitas varía cada semana. “A veces se les obsequia a los clientes, pero cuando ya están feas simplemente se botan. Nadie las recoge para reciclarlas, al menos aquí no”, comenta resignada.

Sin embargo, no todas comparten esa visión. Katy Velázquez, también florista en Acho, forma parte de un grupo que colabora con la Municipalidad Distrital del Rímac para dar otro destino a sus residuos. “Las que están muy feas sí van al basurero, pero otras las recolectamos para hacer abono. En el mercado Santa Rosa, por ejemplo, tienen un lugar especial donde hacen secar las flores y las convierten en compost”, explica. Según Velázquez, en épocas de baja venta se desecha entre el 20% y 30% del total de flores recibidas por puesto.

El arte de compostar lo efímero

En el corazón del mercado Santa Rosa, Freddy Yaringaño Navarro, jardinero y vendedor de plantas, recuerda el esfuerzo colectivo que transformó residuos florales en abono fértil. “Todo era un proceso: primero pasaban por una picadora para reducir volumen, luego a las camas de precompost con melaza, levadura y agua. Era un trabajo diario, artesanal”, narra con entusiasmo. El proyecto, impulsado por la empresa Lima Express, fue un ejemplo de economía circular con respaldo técnico y asesoría internacional.

Lamentablemente, la pandemia primero y un incendio después interrumpieron el funcionamiento de la planta de compostaje. “Sin presupuesto y con todo quemado, ya no pudimos seguir”, cuenta Freddy. Sin embargo, aún quedan pequeños esfuerzos. “Ahora hay un señor, Cesar, quien se lleva las flores a Puente Piedra, donde tiene su picadora y hace su propio abono”, añade.

Lo que antes era un desperdicio inevitable hoy tiene potencial de convertirse en una solución ambiental. Aunque aún informal y frágil, la práctica de convertir flores marchitas en compost es un ejemplo del poder transformador de la reutilización orgánica. Como ya lo ha mostrado la Municipalidad de Lima con otros residuos de mercado y podas urbanas, el compostaje es una herramienta vital en la lucha por una ciudad más sostenible.

En cada pétalo compostado hay una historia de transformación, una prueba de que incluso lo que parece haber perdido su función aún tiene algo que ofrecer. Gracias a estas prácticas, lo que antes era desecho adquiere un nuevo valor, y así, en los suelos abonados por flores descartadas, la vida continúa. Con un trabajo articulado, se podrían reducir toneladas de residuos orgánicos al año, fomentando una cultura ambiental más consciente.

Por: Lesly Malma

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