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El sueño americano… ¿Mito o realidad? ¿Acaso un destello perteneciente a una época pasada o el fulgor inacabable del mundo moderno? El nacimiento de la idea acuñada por el escritor e historiador estadounidense James Truslow en 1931 marcó un antes y un después para miles de personas y familias que hoy comparten historias de vida y dan testimonio de innumerables travesías.

Con el concepto de inmigración como núcleo del sueño americano, todo aquel que empieza a considerar el cruzar la frontera de Estados Unidos como una opción de futura superación, empieza a tejer en el fondo de su conciencia, también, los distintos desprendimientos y desafíos a los que, inevitablemente, tendrá que enfrentarse.

Y es que no hay limitaciones de edad, procedencia o cantidad para quienes se disponen a tomar una decisión que aborda la ilusión y esperanza de una mejor vida en un país que, aunque no fuere idealmente el suyo, ha cambiado realidades y está lleno de oportunidades.

De los números a los hechos

El Pew Research Center, banco de datos independiente que informa al público sobre cuestiones sociales y tendencias demográficas de los Estados Unidos y el mundo, indica que, aproximadamente, 45 millones de personas que hoy viven en Estados Unidos nacieron en otros países, lo que representa alrededor del 13,7% de la población total del país.

En la misma línea, el Consejo Estadounidense de Inmigración sostiene que los mexicanos representan el grupo máximo de inmigrantes, con un 23,7%, siguiendo en la lista quienes emigran desde India (6%), China (4,7%), Filipinas (4,4%) y El Salvador (3,1%).

Pero en medio de este fenómeno llamado inmigración, se contraponen dos realidades marcadas por el anhelo común de vivir el sueño americano. Y es que mientras que unos encuentran abiertas las puertas del país conocido por ser potencia mundial, a otros no les queda otra opción más que crear puertas a la fuerza y afrontar los riesgos.

En el año fiscal 2022, el Servicio de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos le otorgó la ciudadanía estadounidense a 967,500 inmigrantes. Esta cifra representó un aumento del 20% en comparación con la realidad de 2021 y, a su vez, el mayor número de naturalizaciones reportado desde el año fiscal 2008.

Por su parte, la población indocumentada en Estados Unidos alcanzó los 10,5 millones en el mismo 2021, siendo dicho año el último con datos disponibles, de acuerdo con una publicación del Pew Research Center. Este número se mantuvo por debajo del máximo alcanzado en 2007, cuyo total fue de 12,2 millones.

Estimaciones basadas en datos aumentados de la Oficina del Censo de Estados Unidos. Fuente: Pew Research Center

Un grupo sólido que impulsa al país

El 78% de la población de origen extranjero que vive en Estados Unidos tiene edades que oscilan entre los 16 y los 64 años, en comparación con el 61,4 % de la población nativa del país, lo cual nos hace entender la presencia fuerte y significativa que desempeñan los inmigrantes en la fuerza laboral, donde los principales sectores que abarcan son la agricultura, la construcción y la tecnología.

Asimismo, muchos inmigrantes se convierten en emprendedores y dueños de negocios y contribuyen, de tal forma, al crecimiento económico del país. Un estudio realizado por New American Economy encontró que los inmigrantes en Estados Unidos son propietarios de cerca de 2,8 millones de negocios, generando más de $65 mil millones en ingresos anuales.

Las estadísticas de crecimiento son diversas, como también lo son las dificultades a las que cada inmigrante se enfrenta en medio de su búsqueda por la superación en un país grande y ajeno al suyo. Historias de lucha y esfuerzo se forjan a diario en Estados Unidos, y cada una de ellas nos deja, además de un ejemplo de vida, una aguda reflexión social que es necesaria considerar.

La experiencia de Alonso Neira

Alonso Neira

Alonso Neira (26) llegó a Estados Unidos con el sueño de poder obtener mejores posibilidades de éxito de las que tuvieron sus padres. Fueron precisamente sus padres quienes entre 2002 y 2003, cuando atravesaban tiempos difíciles en su tierra natal, Perú, llenaron la aplicación para que su familia nuclear pudiera emigrar a Estados Unidos.

Diez años después, en 2013, les aprobaron la visa de inmigrante en un momento en el que la situación económica familiar había cambiado totalmente y gozaban, entonces, de estabilidad. Luego de pensarlo detenidamente, los padres de Alonso decidieron apostar por dejar su patria para empezar de cero en Estados Unidos, ya que confiaron en que sus hijos tendrían mejores oportunidades en muchos ámbitos, predominando el educativo y el laboral.

Los primeros meses de Alonso como inmigrante en Estados Unidos fueron muy difíciles. “Llegué en el último año y medio de secundaria a un país tan diferente, una cultura tan variada y con muchas carencias económicas, y una barrera de idioma que me impidió aplicar a la universidad y por la cual tuvieron que darme muchas acomodaciones para poder terminar la escuela”.

“Ahora tengo un nivel de inglés avanzado, pude terminar la universidad con honores, y hoy trabajo en el sector educativo, justamente ayudando a muchos niños inmigrantes en su proceso de adaptación a Estados Unidos y su desarrollo, no solo del inglés, sino también del lenguaje en general. Mi trabajo me da un salario con el cual me siento seguro y que tengo lo que necesito para seguir creciendo personalmente y también con mi familia como conjunto”.

El más grande reto que tuvo que enfrentar Alonso fue el inglés. “Sin comunicación no puedes hacer amistades, desarrollar confianza ante otras personas y, en fin, muchísimas cosas como comprar en la tienda y preguntar por algún producto”.

“Lo más traumático fue la época de la escuela, en plena adolescencia, pero pude salir adelante gracias al apoyo de maestros que fueron muy comprensivos conmigo y utilizaron técnicas inclusivas que me permitieron utilizar mis conocimientos y demostrar que los tenía, a pesar de la barrera del idioma. Tal fue el punto que mi exposición final del curso de Literatura en inglés, la hice en español, frente a toda la clase; eso sí, con un intérprete para que mis compañeros entiendan”.

Alonso afirma que si tuviera que derribar uno de los tantos mitos sobre emigrar a Estados Unidos, sería que no por vivir dos o tres años en dicho país, significa que uno tiene mucho dinero. “No es así, hay que trabajar duro, estudiar o invertir en un gran negocio; o tener dos trabajos, etc. Aquí y en toda parte del mundo, sin esfuerzo no hay recompensa, y hay que dejar de pedir a los parientes que viven en Estados Unidos que nos manden dinero, que aunque se gana bien, también se gasta bien”.

A la fecha, Alonso ya lleva diez años viviendo en Estados Unidos junto a su familia y siente que las cosas van cada vez mejor. “Aunque el proceso ha sido un poco complicado, vamos siempre hacia adelante”. Resiliencia, adaptación y paciencia son las tres palabras con las que define su experiencia como inmigrante en Estados Unidos en todo este tiempo.

La experiencia de Geraldine Ramos

Geraldine Ramos

Geraldine Ramos (25) viajó a Estados Unidos a finales de 2019, cuando terminaba de cursar su tercer año de estudios superiores en una universidad pública de su país (Perú) y, a la par, trabajaba para costear sus estudios y necesidades básicas.

Fue diciembre el mes en el que tuvo todo listo para ser parte del programa de intercambio cultural ‘Work and Travel USA’ por tercera vez, sin saber que, en dicha ocasión, tomaría la decisión de quedarse. “En el segundo mes decidí quedarme porque me di cuenta de que tendría más oportunidades económicas en este país, además que justo ocurrió la pandemia semanas después y eso hizo reafirmar mi decisión”.

Geraldine también experimentó un duro momento en sus primeros meses como inmigrante. “Al principio fue muy complicado porque cuando decidí quedarme, lo hice sola, no tenía ni familia ni amigos que vivieran en este país. Además, debido a la pandemia, casi todo estaba cerrado y no tenía trabajo, por lo que me tocó disponer de los ahorros que tenía, y apenas conseguí trabajo, ese dinero se iba a la renta, comida, y gastos en general. Me tomó un tiempo poder establecerme”.

“En comparación, ahora tengo un lugar fijo donde vivir, un trabajo estable y amigos que me apoyan y viven en mi misma ciudad. Tengo mi propio auto, estoy construyendo una casa en Perú y puedo darme el gusto de salir de vacaciones a otras ciudades”.

El desafío más fuerte que le tocó vivir a Geraldine, como inmigrante, fue el ser consciente de que se encontraba sola. “En general, estar sola en un país ajeno es difícil. Hubo un momento donde me dio depresión, y entonces recurrí a la ayuda de un psicólogo que me ayudó mucho con esa etapa”.

Geraldine asegura que el mito que ella derribaría sobre la migración a Estados Unidos es que uno no hace dinero, instantáneamente, al llegar al país. “Yo creo que es un proceso y que toma tiempo el poder establecerse y conseguir un trabajo estable para después empezar a hacer dinero extra”.

Han pasado cuatro años desde que Geraldine dejó el país que la vio crecer y formarse para comenzar todo de nuevo en un país totalmente diferente. Perseverancia, solidaridad y ánimo son las tres palabras que atesora y que determinan su experiencia como inmigrante en el país del sueño americano.

 

Por: Francesca Sánchez

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